Se subió a la montaña más alta y en sus alforjas sólo llevaba una materia informe llamada alma.
Él no lo sabía, pero el saco estaba roto y el alma goteaba.
Al principio fue un suspiro húmedo, un leve suspiro que apenas se notó.
El caminante trepó por una pendiente escarpada: una gota rebelde huyó de su prisión y allí donde cayó, una planta creció. ¿De qué color era la planta? Era roja, como la amapola.
Siguió caminando y no encontró rastro de vida por doquier: ni a la izquierda, ni a la derecha, ni al frente y, por supuesto, detrás de él, pues todo lo abandonado no era la vida, sino la muerte, la destrucción y el dolor.
Las gotas huían impacientes liberándose desesperadamente de esa oscuridad oscilante.
El hombre olía el aire puro de la montaña: olía a soledad; a soledad desesperada y desesperante. Percibía los matices de la duda, del tormento, del desamor, de la tristeza y de la nostalgia: era un bouquet exquisito para un sumiller audaz. ¡Qué hombre este cómo corría montaña arriba sin darse cuenta de que se sentía más liviano a cada paso que daba!
Una pequeña cascada de agua regaba la tierra yerma y un surco oscuro descendía monte abajo hasta donde se perdía la vista.
¡Qué hombre este que no percibía la ingravidez de sus alforjas! ¿A quién andaba llorando, o era, añorando?
Se vislumbra la cima, al fin; nos secamos el sudor y pensamos: “Ha merecido la pena el esfuerzo; he conseguido llegar a la cima pese a todo y aún tengo esperanza de vida; aún puedo recuperar mi cordura y mi esperanza. Me siento brevemente feliz porque aquí soy un dios y todo repta a mis pies, por una vez”.
Pero el hombre echa mano a su alforja para reponer fuerzas y no es su alforja lo que encuentra, sino un guiñapo mojado y pesado, pero vacío. El hombre se sienta apoyando la cabeza entre sus manos, desolado. Ha comprendido que ya no es un hombre, sino una sombra; una sombra que baila sobre la cima de una montaña: su alma quedó atrás, no quiso acompañarlo en su huida; el alma se negó a condenarse en su huida y huyó de él.
El hombre llora. Está solo y llora en su infinito dolor.
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