CANTO A MÍ MISMO

Me celebro a mí mismo,

y cuanto asumo tú lo asumirás,

porque cada átomo que me pertenece,

te pertenece también a ti. [...]

Walt Whitman. Hojas de Hierba.



domingo, 19 de junio de 2011

EL CAMINANTE DESAPRENSIVO, DESPISTADO Y ABANDONADO POR LOS DEMÁS EN BUSCA DE UN SENTIDO EN LA MONTAÑA MAGNÍFICA

Se subió a la montaña más alta y en sus alforjas sólo llevaba una materia informe llamada alma.

Él no lo sabía, pero el saco estaba roto y el alma goteaba.

Al principio fue un suspiro húmedo, un leve suspiro que apenas se notó.

El caminante trepó por una pendiente escarpada: una gota rebelde huyó de su prisión y allí donde cayó, una planta creció. ¿De qué color era la planta? Era roja, como la amapola.

Siguió caminando y no encontró rastro de vida por doquier: ni a la izquierda, ni a la derecha, ni al frente y, por supuesto, detrás de él, pues todo lo abandonado no era la vida, sino la muerte, la destrucción y el dolor.

Las gotas huían impacientes liberándose desesperadamente de esa oscuridad oscilante.

El hombre olía el aire puro de la montaña: olía a soledad; a soledad desesperada y desesperante. Percibía los matices de la duda, del tormento, del desamor, de la tristeza y de la nostalgia: era un bouquet exquisito para un sumiller audaz. ¡Qué hombre este cómo corría montaña arriba sin darse cuenta de que se sentía más liviano a cada paso que daba!

Una pequeña cascada de agua regaba la tierra yerma y un surco oscuro descendía monte abajo hasta donde se perdía la vista.

¡Qué hombre este que no percibía la ingravidez de sus alforjas! ¿A quién andaba llorando, o era, añorando?

Se vislumbra la cima, al fin; nos secamos el sudor y pensamos: “Ha merecido la pena el esfuerzo; he conseguido llegar a la cima pese a todo y aún tengo esperanza de vida; aún puedo recuperar mi cordura y mi esperanza. Me siento brevemente feliz porque aquí soy un dios y todo repta a mis pies, por una vez”.

Pero el hombre echa mano a su alforja para reponer fuerzas y no es su alforja lo que encuentra, sino un guiñapo mojado y pesado, pero vacío. El hombre se sienta apoyando la cabeza entre sus manos, desolado. Ha comprendido que ya no es un hombre, sino una sombra; una sombra que baila sobre la cima de una montaña: su alma quedó atrás, no quiso acompañarlo en su huida; el alma se negó a condenarse en su huida y huyó de él.

El hombre llora. Está solo y llora en su infinito dolor.

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