Y en la caja
nada había de
lo que un día
yo le regalé:
ni piedra, ni tijera, ni papel.
Sólo el viento giraba
en remolinos silenciosos,
lentos.
La soledad se paseaba
por la acera y
un olor acre
acompañó el
cierre de la tapa.
El silencio se hizo de nuevo.
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