CANTO A MÍ MISMO

Me celebro a mí mismo,

y cuanto asumo tú lo asumirás,

porque cada átomo que me pertenece,

te pertenece también a ti. [...]

Walt Whitman. Hojas de Hierba.



domingo, 27 de febrero de 2011

UNA COLILLA EN EL FOSO

Caen, deshojadas, las palabras, una tras otra: sí, no, sí, no…

En el foso, una colilla amorfa yace rodeada de fragmentos

de letras y de ojos.

La faena de esta tarde ya ha terminado: la sacan arrastrando entre escobas

y el público grita alborozado.

Un cubo de basura es su tumba.

Ya no existe el humo; ya no existen las volutas;

ya no existe el misterio, ni el piano, ni el amor.


Josefa

domingo, 20 de febrero de 2011

NO HAY MAYOR LEALTAD QUE LA DE LOS ENEMIGOS

“No hay mayor lealtad que la de los enemigos. Siempre están ahí: en los buenos y en los malos momentos, cuando los necesitas y cuando no, de una manera incondicional, sin que haya que reclamarlos para que acudan. Jamás defraudan; su previsibilidad los convierte en uno de los pilares más seguros sobre los que cimentar el propio paisaje cotidiano, ese territorio de seguridad, agradablemente familiar, en el que te sientes a resguardo de cualquier eventualidad. En realidad, demuestran de continuo una actitud que pertenece casi al ámbito de los más allegados, del círculo de los llamados “lazos de sangre”, a saber: estar más allá de los intereses, de las modas y coyunturas. Su opción por cada uno de sus antagonistas es rocosa, radical, como en muy contadas ocasiones sucede en la vida. Admito su fidelidad a determinadas personas, su constitución como un paradigma de constancia y coherencia”.

Pedro Alberto Cruz

lunes, 7 de febrero de 2011

MARGARITA

Margarita, está linda la mar,
y el viento
Ileva esencia sutil de azahar;

yo siento
en el alma una alondra cantar
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento.

Éste era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día
y un rebaño de elefantes,
un kiosco de malaquita,
un gran manto de tisú
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita como tú.

Una tarde la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla,
una pluma y una flor.

Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.

Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
mas lo malo es que ella iba
sin permiso del papá.

Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.

Y el rey dijo: "¿Qué te has hecho?
Te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho,
que encendido se te ve?"

La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
"Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad".

Y el rey clama: "¿No te he dicho
que el azul no hay que tocar?
iQué locura! iQué capricho!
El Señor se va a enojar".

Y dice ella: "No hubo intento;
yo me fui no sé por qué;
por las olas y en el viento
fui a la estrella y la corté".

Y el papá dice enojado:
"Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver".

La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.

Y así dice: "En mis campiñas
esa rosa le ofrecí:
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí".

Viste el rey ropas brillantes
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.

La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.

Margarita, está linda la mar
y el viento
Ileva esencia sutil de azahar:
tu aliento.

Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.

Rubén Darío.