“No hay mayor lealtad que la de los enemigos. Siempre están ahí: en los buenos y en los malos momentos, cuando los necesitas y cuando no, de una manera incondicional, sin que haya que reclamarlos para que acudan. Jamás defraudan; su previsibilidad los convierte en uno de los pilares más seguros sobre los que cimentar el propio paisaje cotidiano, ese territorio de seguridad, agradablemente familiar, en el que te sientes a resguardo de cualquier eventualidad. En realidad, demuestran de continuo una actitud que pertenece casi al ámbito de los más allegados, del círculo de los llamados “lazos de sangre”, a saber: estar más allá de los intereses, de las modas y coyunturas. Su opción por cada uno de sus antagonistas es rocosa, radical, como en muy contadas ocasiones sucede en la vida. Admito su fidelidad a determinadas personas, su constitución como un paradigma de constancia y coherencia”.
Pedro Alberto Cruz
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