CANTO A MÍ MISMO

Me celebro a mí mismo,

y cuanto asumo tú lo asumirás,

porque cada átomo que me pertenece,

te pertenece también a ti. [...]

Walt Whitman. Hojas de Hierba.



miércoles, 28 de marzo de 2012


Velo sí, velo no

Carmen Posadas

Tengo delante una foto de periódico de una mujer musulmana que vive en Cataluña. Lleva niqab, o velo integral, y posa junto a su marido. A ella no se le ve un centímetro de piel. Él, en cambio, va ataviado con pantalón deportivo, chanclas y camiseta sin mangas. El titular reza: “Debido a la prohibición del velo, Fátima ya podrá salir a la calle”. En otra página del mismo periódico hay un artículo de un gran intelectual con el que habitualmente estoy de acuerdo que se muestra favorable a que las mujeres lleven velo integral en los espacios públicos porque “no es el velo lo que conculca su libertad sino la imposición de prescindir de él les guste o no”. Varias cosas me llaman atención en estos dos textos. En el primero, el marido de Fátima –que por supuesto habla por ella– explica que su mujer nunca fue al colegio “porque las niñas en su pueblo no deben hacerlo”. Explica también que ir tapada es “su decisión para estar más cerca de Dios”. Por lo visto –interpreto yo entonces– las mujeres como Fátima pueden tomar ciertas decisiones como ir veladas, pero no otras como tener acceso a la educación, por ejemplo. Por su parte, de la lectura del artículo del intelectual al que antes hacía alusión, saco dos conclusiones. Que los que presumen de progresistas piensan que prohibir el velo integral atenta contra la libertad de la mujer y que dicha actitud es de fachas e impresentables. Porque como bien dice Bibiana Aído –a la que mi admirado intelectual cita como autoridad en la materia– “aquí lo imprescindible es la educación de las emigrantes en valores cívicos y una paciente labor social”. Como para mí que esta “paciente labor social” va a ser más larga e ingente que la construcción de las pirámides, se me ocurren algunas reflexiones sobre el tema velo sí o velo no. La primera es esta: dicha prohibición se circunscribe a los espacios públicos y su finalidad es evitar que por ejemplo se acuda a escuelas o a un el control de pasaportes en un aeropuerto con burka. Su motivo, por tanto, es poder identificar a la persona, no violentar su libertad. Porque solo a un tonto se le escapa que la prohibición del velo integral no implica que la mujer deba vestirse de manera que le resulte indecente. Puede, como es lógico sustituir el burka por un hiyab, un chador o cualquier otro velo que cubre la cabeza pero deja al descubierto la cara. ¿A qué tanto bochinche entonces? Otro de los argumentos favoritos de los partidarios del velo integral es compararlo con la toca de las monjas y decir que porqué se permite una cosa y se prohíbe otra. A esto yo respondería que tampoco hay que ser un genio para darse cuenta de que existe una diferencia evidente. El velo de las monjas se puede equiparar, en todo caso, al chador, que nadie cuestiona, nunca al niqab o al burka. Y esto me trae de nuevo a Fátima y su marido, el de la camiseta y las chanclas. No para preguntarme por qué él sí ha cambiado la chilaba por ropa occidental mientras ella sigue vistiendo como en su lejano pueblo y en la Edad Media, no. Tampoco para reflexionar por qué Fátima es “libre” para vestir niqab pero no para estudiar o trabajar, sino para preguntarme si estas personas tan bienintencionadas, que no desean “violentar la libertad” de Fátima, en el fondo no le estarán haciendo un flaco favor. Y es que una premisa universal es que el ser humano se adapta al medio en el que le toca vivir; ésa es su grandeza, también su fuerza. Igual que el marido de Fátima ha tenido que abandonar la chilaba para poder encontrar trabajo y eso no le ha causado ningún trauma existencial, lo mismo le pasaría a ella si tuviera alguna ayuda exterior. Aclaro que en ningún caso se trata de empujar a Fátima a que se ponga minifalda y un piercing. Hablamos de cambiar burka por chador, nada más. Y nada menos. Porque una cosa es ir por la vida en una cárcel ambulante y otra muy distinta con la cabeza cubierta, lo que permite trabajar, relacionarse con otras personas y salir del aislamiento al que tan “voluntariamente” la ha sometido su religión y sus tradiciones. ¿Acaso eso no es más acorde con la política de integración que dice preconizar la señorita Aído?

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