Venían de un
largo viaje y estaban cansados.
El sofá se les apareció como un tesoro familiar
donde hundir sus marchitas
existencias.
Habían ido despojándose de prendas y sembrando
con ellas los caminos transitados,
y llegaron a casa prácticamente desnudos.
El calor del hogar ya no era como antaño,
apenas caldeaba la sangre dormida, pero
aun así les resultó confortable pues venían
del frío de la vida.
Allí se dejaron caer y abrazaron sus manos
cual último reducto
conquistado y se
miraron a los ojos, y el temor se reflejó
en ellos…
Nada les quedaba de antaño y un campo desolado era su hogar
porque ya no había alegría, ni esperanza, y aún menos romanticismo, o ilusión por vivir.
Solo había un viejo sofá de colores desvaídos que soportaba
estoico el peso de aquellas sombras vacías.
Un gato no saltaba sobre el respaldo ni dejaba sus huellas
en el suelo polvoriento.
Tal vez, no había puerta para cerrar.
Ni para salir.
Josefa
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