La violación, otra arma de guerra de Asad
Por: Javier
Valenzuela | 26 de abril de 2012
En la guerra que el régimen de Bachar el Asad libra desde hace más de un año contra el pueblo sirio, la violación de los detenidos –hombres, mujeres y menores de ambos sexos- se suma a otros tipos de torturas y a los tanques, los cañones, las metralletas y los cuchillos. Así lo han documentado la Organización de Naciones Unidas (ONU) y Amnistía Internacional.
El pasado noviembre, el informe sobre Siria del Consejo de Derechos Humanos de la ONU certificó la comisión de crímenes contra la humanidad en las prácticas represivas de Asad y sus esbirros. Entre otras atrocidades, el informe recogía testimonios de ex detenidos varones que había sido sometidos a “golpes en los genitales, sexo oral forzado y electrochoques y quemaduras de cigarrillos en el ano”. Se detallaban varios centros policiales y militares en los que se habían cometido tales barbaridades.
El pasado 14 de marzo, con motivo del primer aniversario del comienzo de las
revueltas por la libertad y la dignidad en Siria, un informe de Amnistía Internacional documentaba
31 tipos de tortura practicados por las fuerzas de Assad, siendo uno de ellos
la “violación de varones con botellas rotas o pinchos metálicos”.
El informe se titulaba “Yo quería morir”. La frase
era de uno de los testigos al rememorar sus sufrimientos en las mazmorras de
Asad.
Desde el comienzo de las protestas, los rumores sobre violaciones de mujeres
son moneda corriente en Siria. Sin embargo, las organizaciones internacionales
están teniendo más dificultades que en los casos de varones para recoger
testimonios debidamente documentados. Ello es atribuido tanto al
estigma cultural con el que el mundo árabe –en realidad, todo el mundo hasta no
hace tanto- cubre esta bestialidad, como al miedo de las víctimas a que sus
parientes sufran represalias si se osan denunciar.
Recientemente, una organización femenina ha promovido desde Estados Unidos una
iniciativa llamada Women Under Siege (Mujeres
asediadas) para documentar los casos de uso de violación y otras formas de
violencia sexual contra mujeres como arma de guerra por parte de las fuerzas
del régimen de Asad.
“Se habla a menudo sobre las detenciones y muertes en Siria, pero no sobre
violaciones, y ello porque las mujeres son estigmatizadas o
asesinadas después de haber sido violadas”, dice Lauren Wolfe,
directora de proyecto. “Vamos a intentar obtener información veraz para sacarla
a la luz”.
Como era de esperar, Asad no ha hecho el menor caso del alto
el fuego que se comprometió a respetar ante el ex secretario general de
Naciones Unidas, Kofi Annan. Para creer al tirano sirio había que ser muy
ingenuo o tener muchas ganas de seguir perdiendo tiempo. Incluso la presencia
de los primeros observadores de Naciones Unidas sobre el terreno es irrisoria. Las fuerzas de Asad machacan a las poblaciones en cuanto los
cascos azules abandonan el lugar, como acaba de ocurrir en Hama y
Damasco.
¿Se va imponiendo la necesidad de una intervención militar de países que no estén dispuestos a que prosiga el más sangriento aplastamiento de un pueblo por sus propios gobernantes en lo que llevamos de siglo XXI? Es lo que acaba de decir Francia. Si fracasa el plan de paz de la ONU, el Consejo de Seguridad tendrá que plantearse “una nueva fase, con una resolución del Capítulo Siete (la que autoriza el uso de la fuerza), para detener estar tragedia”, ha dicho su ministro de Exteriores, Alain Juppé “No podemos consentir que el régimen de Damasco nos desafíe”.
Ese plan fracasará, ha fracasado ya. Y, en realidad, Asad y los suyos llevan
más de un año desafiando impunemente al mundo democrático, más de un año
tiroteando y bombardeando a su pueblo sin que la ONU, maniatada por Rusia y
China, le oponga poco más que palabrería.
Y también violando.
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