CANTO A MÍ MISMO

Me celebro a mí mismo,

y cuanto asumo tú lo asumirás,

porque cada átomo que me pertenece,

te pertenece también a ti. [...]

Walt Whitman. Hojas de Hierba.



domingo, 15 de abril de 2012

Animales sagrados

Manuel Jabois |

La ambición de Valle Inclán era pasearse por la Castellana subido a un elefante en una litera dorada con el dinero de la Sonata de Primavera, que apenas le dio para llegar al otoño. Valle creía en los elefantes ("Tú, que a mi musa decadente / brindas la torre de marfil"), y visualizaba en ellos el mismo esplendor que Alejandro Magno, que los cubría de alforjas y brocados para conquistar el mundo a su atronante paso. El elefante sigue siendo hoy sueño de reyes pero como inane objeto de caza, un objetivo a destruir acercándose a pocos pasos y descargarle plomo entre los ojos para verlo doblarse sobre sí mismo y llevarse los colmillos a casa en jet privado. Kapuscinski relata su muerte sagrada acercándose al lago a beber en su último aliento; tras quedarse sin fuerzas para elevar la trompa se mete entre las aguas, entierra sus patas en el cenagal y va hundiéndose lentamente hasta desaparecer.

Durante años España ha tenido la monarquía dentro del salón como un elefante sabiendo que lo peor que le podía pasar es que alguien reparase en ella. Esa paz folclórica ha estallado por los aires con disparos a todas horas efectuados desde dentro, como en una boda de paquistaníes. Dentro de lo natural el vicio de las escopetas no es el peor, pues se trata de una actividad conforme a la aristocracia y de la cual José Luis de Vilallonga, al que tanto echamos de menos en esta belle epoque, estaría orgulloso. Vilallonga era un aristócrata como Dios manda al que su padre llevó a desvirgar con una mujer "única en el mundo" que resultó ser una puta sin piernas sentada en la cama al lado de un trapecio. El fino escritor cuenta en sus memorias algo que viene muy al caso, pues cuando empezó de joven a acudir a bailes de sociedad para ligar con jovencitas se cruzaba siempre con el urólogo de cabecera de la familia, que al verlo gritaba: "¡Joven Vilallonga, no olvide usted que tarde o temprano le meteré un dedo por el culo!".

Vilallonga aprendió de este modo tan sutil que hay destinos inexorables que afectan a lo más sagrado; o sea que nada es para siempre, de ahí la grandeza de la monarquía, cuya esencia es lo eterno -la continuidad dinástica-, en un país lleno de urólogos. Los ingleses sobrevivieron a un príncipe que quería convertirse en támpax para colarse en la cueva de Alí Baba de Camilla Parker-Bowles, un escapismo más extravagante que el de Enrique VIII, que se limitó a abdicar. A los Borbón sin embargo se les está escapando el gatillo a lo tonto en un momento en que el país exige silencio, concentrado en leer periódicos para buscar culpables, y un elefante en una habitación pasa inadvertido hasta que empieza a saltar.

La Familia Real, que es un contexto histórico, poco a poco se va descontextualizando sola y casi difuminándose a lo lejos en una montañita de chascarrillos. Disparar gigantes en Botsuana es llevar a otra clase social matar ratas en alcantarillas. Era el vicio del Django Reinhard de Woody Allen, que asediaba roedores con un revólver mientras se enamoraba de una muda, y siempre ha sido el del Rey de España, al que los empresarios en lugar de regalarle un yate deberían haberle regalado un ecosistema. Es razonable que un rey quiera hacer cosas de reyes, pues la monarquía lo es con todas sus consecuencias, pero tras estar cuatro días ilocalizable y volver a casa con la cadera fracturada como si hubiera salido a cazar con las manos al Rey no hay que montarle un debate sino reñirle. Estados Unidos no dejó a Hemingway ir a cubrir Normandía por considerarlo patrimonio de todos los ciudadanos y España debería decirle a su jefe de Estado que si quiere emociones fuertes presida un Consejo de Ministros, que es un safari al revés, y ceda el rifle en herencia. Vienen nuevos valores detrás pisando, es un decir, fuerte.

En lugar de abdicar el monarca ha elegido desmontarse como Mr Potato, levantando la ira de republicanos que, como dice Hughes, se preocupan por la salud del rey para poder matarlo a referéndums. Quizás, en un alarde modernista, la corona busca fuerzas para levantar la trompa y abrevar del lago a medida que se mete dentro hasta llegar a ese punto de no retorno en el que los elefantes y los reyes, animales sagrados ambos, encuentran la muerte para poder seguir viviendo.

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