CANTO A MÍ MISMO

Me celebro a mí mismo,

y cuanto asumo tú lo asumirás,

porque cada átomo que me pertenece,

te pertenece también a ti. [...]

Walt Whitman. Hojas de Hierba.



miércoles, 18 de abril de 2012

Liderazgo moral

Por L.Silva Hace 21 horas

Todos los líderes, no importa cuál sea el medio por el que hayan llegado al poder (cuna, golpe, pucherazo o elecciones limpias) se enfrentan en algún momento a la prueba que los acredita o desacredita como tales. La prueba suele derivar de un momento de dificultad extrema, y para salir de ella airoso no vale el crédito anterior, ni bastan los pretorianos que el líder haya acertado a poner a su servicio. Acerca de esto último, el respaldo de los pretorianos, pregúntenle a algún que otro emperador romano que cayó bajo sus espadas.

Para seguir siendo líder, cuando llega la prueba, es necesario exhibir, sobre todo, un liderazgo moral.

Esto es algo que han comprendido líderes de todos los orígenes y colores. Lo entendió perfectamente durante la Segunda Guerra Mundial Winston Churchill, que había llegado a su oficina después de unas elecciones. Pero también lo entendió Jorge VI, que había heredado la suya, quedándose en Londres junto a su mujer, la futura y longeva Reina Madre Elizabeth, mientras los Heinkel 111 de la Luftwaffe la machacaban con saña.

Cómo será la cosa, que no se les escapa ni siquiera a los líderes más viles de los que la Historia guarda recuerdo. Para muestra, ahí está ese Iosif Stalin que después de despachar a todo el gobierno y toda la industria soviética hacia el Este decidió quedarse solo en Moscú, durmiendo en una estación de metro, cuando los alemanes, durante el invierno de 1941 a 1942, se plantaron a las puertas de la capital y por poco no tuvieron a tiro el Kremlin.

O Adolf Hitler, que en la primavera de 1945, cuando todos sus generales y lacayos le instaban a largarse, y habría podido hacerlo, decidió quedarse en la sucia ratonera de su búnker y allí esperó a los rusos hasta que estuvieron a apenas unos cientos de metros de la cancillería. Corriendo, por lo que fuera, la suerte perra a la que había arrastrado a Alemania.

No se trata de comparar, nadie sea suspicaz, ni mucho menos de presentar como ejemplar ninguna acción de dos tipos que fueron una plaga. Sólo son dos ejemplos al límite.

Está claro que España se encuentra en una de esas situaciones que representan una prueba para cualquier nación. Un estado de postración e impotencia que ha venido a certificar, desde el hemisferio sur, esa arrebatada viuda peronista que ha dirigido su arrebato contra una gran empresa española a la que, sin que se le moviera la permanente siquiera, ha despojado de lo que en su día se le vendió (y cobró) y de paso de todas las inversiones hechas en estos años y quién sabe si de su futuro como compañía. No lo habría hecho años atrás, no lo habría hecho si aquí tuviéramos fuerza real y un verdadero liderazgo.

Pero he aquí que de las elecciones ha resultado, con amplio respaldo, un presidente que cuando hay un marrón prefiere escabullirse por la puerta de atrás sin hacer declaraciones (o leer un papel, tanto da). Y el procedimiento previsto para cubrir la jefatura del Estado, el puesto homólogo al de la feroz viuda, nos ha colocado en esta tesitura al frente a un subrepticio cazador de elefantes que mientras su país se hunde anda abatiendo proboscidios y acaba abatiéndose a sí mismo con una inoportuna torsión de cadera, cuyas circunstancias exactas desconoceremos quizá para siempre, pero que en todo caso no parece propia ni de su edad ni de las circunstancias de atraviesa su país. Aunque sólo sea por las decenas de miles de euros que ha costado que fuera y regresara del lugar donde sucedió.

Como resultado del percance, el rey no es, en este momento, el líder moral de una gran cantidad de españoles. Lo que quiere decir, teniendo en cuenta el cariz del momento, que no lo es en absoluto. Mal aconsejado ha estado, si nadie le sugirió que aplazara u olvidara la cacería. Muy mal acompañado está, además, como se desprende de ese vídeo que muchos hemos visto, y en el que un individuo que suelta un montón de chorradas sobre lo benéfico y piadoso de regular a tiros de grueso calibre la población de elefantes, celebra con obscena alegría haber acabado con la vida de un noble e indefenso animal.

Con esas actividades, con esa escopeta, con ese compadre, y con todos los deseos de una rápida curación (medios se han puesto), no hay liderazgo moral que pueda ejercerse, en este país, en este momento, y quién sabe en lo sucesivo.

Final del formulario

No hay comentarios:

Publicar un comentario