La primavera ya golpea en los cristales y
viste de brotes verdes los árboles de la plaza.
Un gato, tercer tótem sagrado,
alborotado por una turba de inquietos niños,
casi sestea bajo el majestuoso ficus.
En la terraza del bar, las sillas van llenando
sus contornos de ociosas gentes que al sol
se humillan, mientras un airecillo lento, silencioso,
aléjase de la placidez vespertina.
Las sombras crean sus contornos y rivalizan
con el sol, cronómetro dorado, que marca
el ritmo de la vida.
Todo es una película muda en blanco y
negro y los actores ensayan una y otra
vez hasta conseguir la toma perfecta.
Josefa
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