La blasfemia ya no es lo que
era
La ofensa del sentimiento religioso está penada en la
ley. Antes llevaba a la hoguera
El cantante Javier Krahe está perseguido por ella
La obra de
Eugenio Merino con un musulmán, un cristiano y un judío en oración provocó una
protesta israelí en 2010. / LUIS SEVILLANO
Dios está en
cosas más grandes, pero los hombres, que son muy arrogantes, se empeñan en
defenderlo... hasta desde el Código Penal.
Y en función
de la existencia de esa legislación una asociación católica que tiene el nombre
de Tomás
Moro llevó a los tribunales al cantante Javier Krahe y
a Montserrat Fernández, la directora del programa de Canal + donde emitieron
una vieja película sobre la vida del artista en la que se escenificaba una
receta de cocina que enseñaba a cocer un Cristo.
El juicio,
visto para sentencia el lunes, levantó muchos comentarios, a favor y en contra
de la legislación y del hecho mismo de llevar al juzgado un hecho tan viejo (la
película se estrenó en 1977, el programa se emitió en
2004).
La blasfemia
viene de lejos. Luis Alberto de Cuenca, filólogo, bucea en la
memoria de ese concepto. “Es una palabra griega y no tenía el sentido que le
damos ahora. Los griegos no podían concebirla como una palabra injuriosa contra
Dios, la Virgen o los santos porque ellos tenían muchos dioses y diosas y no
sentían la necesidad de arremeter contra ellos en momentos de cabreo, que es lo
que suele hacerse entre los seguidores del Dios bíblico dentro del pensamiento
religioso judeocristiano”.
El jurista Martín Pallín cree que la ofensa del
sentimiento religioso debe eliminarse como figura delictiva
“Lo que los
griegos entendían por ‘blasfemar’ era ‘pronunciar palabras de mal augurio o que
no deben ser pronunciadas durante un sacrificio”. Pero la sensibilidad actual
sigue siendo levantisca. Tanto, que el Código Penal español ha renovado su fe en que,
penando, los blasfemos se van a reprimir. Dice José Antonio Martín Pallín, magistrado emérito: “La blasfemia
te llevaba a la muerte, y no hace tantos siglos. Ahora de vez en cuando
reverdece y se manifiesta en brotes como aquel que casi le cuesta la vida a Rushdie, o al dibujante de Mahoma. Pasa entre nosotros.
Recuerdo que a Boadella lo persiguieron por blasfemo”. ¿Y qué le
parece que la blasfemia esté en el Código Penal? “Es una enorme arrogancia que
un ser humano crea que debe proteger a Dios omnipotente”. El Derecho Penal está
“para proteger objetos tangibles. ¿Quién dice qué sentimientos deben
protegerse? Y estos señores de la asociación Tomás Moro, ¿quién los legitima
para interpretar los sentimientos religiosos y titularse sus tuteladores”.
Desde el
punto de vista de la teología, apunta Martín Pallín, puede haber acuerdo con
respecto a la blasfemia, “pues no es lo mismo lo que piense un teólogo
tridentino que lo que sienta un teólogo de la liberación”. Es, en definitiva,
“una figura delictiva que debe ser erradicada”, sostiene.
Un teólogo,
José María Martín Patino, que fue el segundo del cardenal Tarancón, no piensa demasiado diferente. “Alguien
exclama ‘¡hostia!’, y no es para ir contra Dios. Y por supuesto que no creo que
la blasfemia deba dirimirse con el Código Penal. A mí me parece un mal modo de
usar la libertad. Creo que un hombre educado no debe molestar la libertad de
otro dañando sus símbolos”.
El teólogo Martín Patino: "Los católicos no
debemos agarrarnos al Código Penal para defender a Dios"
Cuando la
gente blasfema, cree Patino, está haciendo un uso extremo del anticlericalismo,
“que es uno de los tópicos más socorridos de la conversación”. Y él cree, como
el magistrado, “que los católicos no nos debemos agarrar al Código Penal para
defender a Dios. ¡No estamos en tiempos de los Santos Oficios, que hicieron más
mal que bien!”.
Fui con las
mismas preguntas a algunos creadores. Eduardo Mendicutti, escritor: “No me gusta el
insulto, no me gusta la blasfemia. Y creo que perseguir penalmente esta última
es un despropósito. Ahora bien...” Después del “ahora bien” el escritor de
Sanlúcar es terminante: “Ponte que yo soy gay y alguien me insulta, pues lo
demando si me está ofendiendo. Y si soy religioso haría lo mismo. Pero hay
católicos que son muy cínicos: se pasan la vida insultando a otros y no se les
puede decir ni lo más mínimo... La blasfemia no me gusta porque ofende, pero
llevarla al Código Penal... Es que hay que demostrar que verdaderamente daña.
En cuanto a la creación artística y la religión: es verdad que la religión
interfiere en nuestras vidas, y un creador tiene derecho a mostrarlo en sus
interpretaciones artísticas”.
La blasfemia
está en la Biblia, no hay que buscar más allá. Se enfadó Moisés con Dios, con
Dios se molestaron muchos. Esa es la reflexión de César Antonio Molina. “No me gusta la blasfemia,
no me gusta el insulto”, dice el exministro de Cultura, “prefiero el diálogo,
el razonamiento. Pero, llegado a este extremo al que se ha llevado ahora el
caso que nos ocupa, lo que el poder jurídico ha de discernir es entre la
libertad de expresión y la libertad de prohibirla”.
Luis García Montero, poeta, evoca una anécdota de
Ricardo Gullón, crítico literario y fiscal.
“Alguien fue denunciando por mentarle la madre ‘al Gran Señor’. Creyeron los
que denunciaban que se había referido, el detenido, al generalísimo Franco.
Pero cuando se enteraron de que era Dios el blasfemado ya la justicia de
entonces no le concedió más importancia”. Dice Montero: “La blasfemia es el carnaval llevado al
lenguaje. Se trata de invertir lo sagrado, como en los ritos medievales que
convertían al demonio en el Señor o a los tontos en obispos. Por eso la
blasfemia es propia de países de fondo religioso. El catolicismo español
alimenta la blasfemia. Cuando desaparezcan los oídos puritanos, dejará de tener
gracia ofender a la divinidad. Como me enseñó Carlos Barral en un poema
memorable, Dios no entra en mis preocupaciones, no lo asocio a mis
preocupaciones. En público, sin embargo, de vez en cuando tengo ganas de
blasfemar cuando leo o escucho las opiniones de algún obispo”.
Adela Cortina, cuya especialidad es la ética,
parte de las creencias de cada cual para situar en el tablero la palabra
blasfemia. “Blasfemar, en el sentido grueso de la palabra y cuando se hace con
intención, se supone que es un intento de herir a alguien. O bien a Dios, pero
entonces el blasfemo tiene que ser creyente, porque, si no cree que exista el
interlocutor, la intención de dañar carece de sentido, cae en el vacío. O bien
se trata de fastidiar a quienes sí son creyentes, de herir su sensibilidad,
porque el blasfemo cree que la fe es muy importante para esas personas, tanto
al menos como pueden serlo el cariño a los padres o al propio país. En ese
caso, es una pésima manera de potenciar la convivencia en sociedades
pluralistas, que deberían estar pensando en cómo resolver conjuntamente los
problemas de justicia social en vez de fastidiarse unos a otros”.
Es una
cuestión de convivencia, y por tanto es una cuestión de lenguaje, de respeto al
lenguaje, pero también al lenguaje del otro. Pero hacen mal los que ponen la
blasfemia como el peor de los insultos. Esto dice Clara Sánchez,
la novelista: “Es la forma de ofensa más inocente que conozco porque no se
dirige a ningún semejante, a ningún ser vivo, sino a una idea, un concepto, un
sentimiento que llamamos Dios. Y libera mucho rebelarnos contra el que nos ha
metido en este tinglado tan absurdo de deseos y frustraciones”. Es un desahogo,
dice Sánchez, como también opina su colega Julio Llamazares. Ella dice: “Casi siempre es una
frase hecha, un grito al Más Allá para que no nos toque más las narices, y
tiene la misma intención de insultar a Dios como de insultar al cosmos, al
infinito, a la eternidad. Es una manera de revolverse contra la materia oscura,
el big-bang, contra un universo indiferente a nuestros sufrimientos y alegrías,
a nuestras enfermedades y calamidades”.
Y cuenta
Llamazares: “En España la blasfemia está sobrevalorada, tanto por los que la
practican como por los que se ofenden. Es una forma de desahogo, siempre y
cuando no haya en ella intención de ofender. Es cierto que se ofenden con mucha
facilidad representantes de la Iglesia que, por otra parte, son muy celosos de
sus privilegios. Hay gente de verbo muy fino que ofende gravemente y otros con
verbos muy gruesos que no ofenden nada”.
Recurrimos a
Ian Gibson (de la muy católica Irlanda, que vive
en España desde la Transición) para que vea desde allá y desde acá la
controversia. “Vi La vida de Brian, de Monty Python. Me pareció una
de las grandes películas de la historia del cine. Irreverente, sarcástica. Una
luchadora, como los Tomás Moro que han ido aquí contra Krahe, quiso que la
prohibieran. Todas las sátiras contra el monoteísmo son saludables. Porque el
monoteísmo lleva siglos metiéndonos el miedo en el cuerpo, diciéndonos que Dios
es amor y al mismo tiempo terrible castigo. El fanatismo es peligroso, y el
fanatismo religioso es peligrosísimo. Nos lleva a la guerra y a la muerte. No
está mal que contra el fanatismo haya risa y sarcasmos para desarmar a los
policías espirituales”.
Un escritor,
Miguel
Tomás y Valiente, fue el que saltó, con una carta pública, contra el
juicio a Krahe y a Fernández. “Lo que quería era que no estuvieran solos, que
no se mantuviera la indiferencia ante su caso. Por eso escribí la carta, a
favor de ellos y contra esta Iglesia que disfruta de tanto privilegio y a la
que no se le puede decir nada. Hace mucho tiempo que muchos estamos cansados de
estar en el bando perdedor”. Y gritó, Miguel gritó. No era una blasfemia,
claro, sino lo que esta tiene de grito.
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