CANTO A MÍ MISMO

Me celebro a mí mismo,

y cuanto asumo tú lo asumirás,

porque cada átomo que me pertenece,

te pertenece también a ti. [...]

Walt Whitman. Hojas de Hierba.



sábado, 23 de junio de 2012


Pequeña magnitud [aforismos]
Por: EL PAÍS | 23 de junio de 2012
por FERNANDO ARAMBURU
Anoche, poco antes de acostarme, me di una bofetada. Sin embargo, he dormido bien, ya que afortunadamente no soy un hombre vengativo.
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Automáticamente, en cuanto me pongo enfermo, cambio mi sistema de convicciones, mi método de análisis, mi preferencia de unas tesis sobre otras. Es más, compruebo a menudo por dicho cambio que he contraído o estoy contrayendo alguna enfermedad. Se conoce que pienso con el cuerpo.
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Soy poco partidario de los pasajes de sexo explícito. Prefiero la literatura para adultos.
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¿De qué nos sirve amarnos si no somos amigos?
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Vivo, luego existo.
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Es aburrido coleccionar desgracias y problemas. Enseguida se llena el álbum.
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Seamos serios. Si hay que criticar el placer, se critica; si hay que denigrarlo, se denigra; pero, por favor, después de haber gozado.
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Me entristece ver a mis congéneres tropezar con los bordillos de las aceras. ¿Tan poca cosa somos que no merecemos mayores precipicios?
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Cuando alguien se dice enamorado, ¿incluye los órganos de la persona amada? Uno se siente atraído por un rostro, unas manos, un talle, pero ¿también por un páncreas?
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Creo que, en líneas generales, nos habría ido mejor en la vida si nos hubieran permitido escoger la época y el lugar de nacimiento.
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He visto sufrir tanto que se me han quitado para siempre las ganas de despreciar a nadie.
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Los racistas de mi tiempo me habrían atacado sin piedad si en lugar de dirigir su aversión a los seres humanos de piel oscura se hubiesen ensañado con aquellos a los que les salen pelillos de las orejas.
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Salta a la vista que los tailandeses son menos japoneses que los filipinos.
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¿Todopoderoso un dios que cometió la cursilería de crear el arco iris?
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Soy un melancólico sin remedio. Apenas pongo un pie en casa y abrazo a los miembros de mi familia a la vuelta de un largo viaje, ya estoy echando en falta la nostalgia.
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Siento mucha pena cada vez que veo al papa en televisión. ¿Quién es el malvado que obliga a un hombre mayor a vestir semejante indumentaria?
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No me extrañaría que, a partir del siglo XXX, hubiera consenso entre los historiadores para alargar la Edad Media hasta nuestros días.
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¡Esos presuntuosos del futuro a quienes nuestros aviones, nuestra telefonía inalámbrica, nuestros satélites espaciales, les parecerán tan primitivos como a nosotros el hacha de piedra, la catapulta o la hoz de nuestros antepasados!
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El escritor que no lee a sus contemporáneos está muerto. El que los lee está perdido.
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Si la noción de dignidad aún significa algo para ti, piénsatelo dos veces antes de suicidarte en la habitación de un hotel. Ten en cuenta que con toda probabilidad tu cadáver será hallado a la mañana siguiente por el personal responsable de eliminar la suciedad, de retirar los desperdicios.
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Sospecho que en el juicio final seré condenado no tanto por mis faltas como por mis momentos de felicidad. Ya oigo a la voz de la acusación preguntarme cómo pude cometer la insolencia de ser de vez en cuando dichoso en un mundo tan violento y desgraciado.
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Sin el incentivo del orgasmo, me da que los varones sólo copularían por imperativo legal.
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Tengo comprobado que la gente siente una punzada de dicha cuando ve a sus semejantes tropezar y caer: caer en el barro, por ejemplo; caer en posturas ridículas o en situaciones de solemnidad, y que se les manche la ropa o se les rasgue el pantalón y asome por el roto una prenda interior llamativa. ¡Qué delicioso momento para los testigos! En cambio, si la caída tiene consecuencias graves, si se torna un suceso sangriento o luctuoso, la gente mira con reproche al caído, como si fuera un aguafiestas; aún peor, un maleducado.

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Una araña gigantesca que se alimentase de seres humanos podría ahorrarse la fatiga de tejer una gran tela pegajosa para cazarlos. A los seres humanos se les atrapa y paraliza más fácilmente con elogios.
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FERNANDO ARAMBURU (San Sebastián, 1959) es autor de libros como Años lentos, Los peces de la Amargura, Viaje con Clara por Alemania o El artista y su cadáver (todos publicados por la editorial Tusquets).

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